Cristo es enviado por el Padre y Él nos elige para llevar su Reino a todo el mundo. Jesús nos mira, nos ama, nos llama y nos envía hacia los otros a dar vida; a cada uno de nosotros según su vocación.
En el marco de la celebración extendida del Bicentenario de nuestro Instituto de Hermanos del Sagrado Corazón (1821-2021), este año nos fijamos en la misión que Cristo nos confía: educar a los niños y a los jóvenes, que se hace extensiva a las familias y a todos los que están comprometidos con la educación.
El lema elegido para el ciclo lectivo 2023 es “ENVIADOS A DAR VIDA”, acompañado con el logo donde el Corazón de Jesús nos envuelve y se convierte en nuestro hogar. Profundizamos su sentido reflexionando cada parte:
EL CORAZÓN
La fuente de la vida es el Corazón Jesús. De su costado abierto, traspasado, todos recibidos la gracia divina en el bautismo y en la eucaristía. Cristo se da en forma continua y establece con nosotros un vínculo de amistad y de comunión fraterna. Él es el que nos reúne como comunidad educativa, como familia de Dios, como Iglesia. Cuando experimentamos su amor nos podemos dar generosamente y con alegría, sentimos que somos impulsados a comprometernos, pues Dios siempre es fiel a su alianza y sostiene nuestra entrega.
LA CRUZ
La cruz de Cristo es signo de su amor sin límites y se convierte en nuestro proyecto de vida. Queremos darnos, servir desde lo más íntimo del corazón, identificándonos con las actitudes interiores o los sentimientos de Jesús. La cruz nos anima a buscar la voluntad divina, que nos da alegría interior y nos ayuda a superar la tiranía de la pereza, que nos esclaviza proponiéndonos bienes aparentes. La cruz nos despierta a la esperanza y al deseo de eternidad, pues Cristo ha resucitado. Es una llamada a la comunión-servicio hacia Dios y los otros, así quedamos liberados del egoísmo y la tristeza.
LOS RAYOS DE LUZ
Los rayos luminosos surgen del Corazón de Jesús como signo de apertura. Son el impulso del Espíritu Santo para extender al amor hacia todos. Lo que guardamos para nosotros mismo se apaga y se pierde, pero la alegría se acrecienta en la medida en que llevamos el bien a los demás. Como docentes, vivimos la dimensión de la paternidad y la maternidad dando vida en forma continua a los niños y jóvenes. Nuestra presencia es comunicación profunda pues somos signos proféticos, anunciamos lo más excelso y sublime, así enriquecemos la cultura y nos santificamos en las tareas cotidianas.
LOS NIÑOS
Los niños y los jóvenes son los predilectos de Jesús. Él nos encomienda su cuidado y, a través de ellos, nos llega la gracia y la alegría. Nuestros alumnos son un camino para entrar en la amistad con Cristo (por esto están representados dentro del Corazón). Desde ahí nos sabemos bendecidos y recibimos el torrente de vida, simbolizado en la línea roja horizontal, que nos sostiene en la entrega de cada día. Los niños son el fin de nuestro apostolado y, a la vez, son camino de encuentro con nosotros mismos y los demás. Cristo nos bendice a través de los alumnos, nuestra misión es orientarlos hacia el encuentro personal con Él.
“ENVIADOS”
El don que recibimos como educadores nos embellece interiormente. Por la respuesta al llamado de Jesús, todo lo vivimos con pasión, unidos a Él, llevando la paz. Nos sabemos elegidos y enviados por Cristo: vamos en su nombre y con Él. En la oración recibimos la fuerza para darnos sin cansarnos, constantemente vivimos la escucha del Espíritu que nos habla en lo más íntimo y nos comunica lo que necesitamos en cada situación. En medio de las dificultades confiamos en la providencia divina, seguros de que todo lo dispone para nuestro bien.
“A DAR”
Dios es amor. El Padre engendra al Hijo que, a su vez, se entrega al Padre y de esta unión perfecta procede el Espíritu Santo. Es un permanente darse y acogerse de las tres personas divinas de la Trinidad. Nosotros somos creados a su imagen y semejanza. Así como Cristo, por amor, se hace hombre, muere, resucita y nos da la vida divina; del mismo modo nosotros nos realizamos, en la medida en que nos damos a los demás. Constitutivamente somos seres relacionales, capaces de dar y recibir, de amar y ser amados. Cristo nos llama para dar vida a los niños y jóvenes. En el don de nosotros mismos nos hace felices. Esto exige renuncias para hacer todo por Cristo (que es el único que puede acoger completamente nuestra entrega) y estar disponibles para servir a los otros, donde Jesús se hace presente.
“VIDA”
Como educadores nos damos a nosotros mismos (que es infinitamente más valioso que los métodos didácticos o las nuevas tecnologías) y conducimos a los otros hacia Cristo, que es Camino, Verdad y Vida. En el proceso de enseñanza, además de contenidos curriculares, buscamos llegar al corazón. Nuestras palabras y gestos están marcados por experiencias de encuentro profundo, por la vivencia de sabernos amados y por los lazos de fraternidad. Esto nos lleva a establecer vínculos firmes, que suponen caminar hacia la madurez afectiva, la aceptación personal y la comunicación de corazón a corazón.